A los 93 años falleció Rolando García, quien encabezó la Facultad de Ciencias Exactas entre 1957 y 1966, cuando enfrentó la Noche de los Bastones Largos. Fue un referente de la ciencia nacional y de un modelo de universidad crítica.
Una vez dijo que habituarse a lo inaceptable fue uno de los problemas más graves que permearon la universidad. Nadie mejor que él para advertirlo: a Rolando García, decano de la Facultad de Ciencias Exactas entre 1957 y 1966, la UBA le debe lo mejor de su historia, su época de oro, y cuando la dictadura de Juan Carlos Onganía la intervino para ponerle fin, él fue el decano que dejó una marca al decidir hacerle frente a la Noche de los Bastones Largos. Hay además muchas otras razones que lo convirtieron en un referente de la ciencia nacional: impulsó la construcción de la Ciudad Universitaria, fue uno de los fundadores del Conicet y del Instituto Leloir, tuvo que ver con la creación de la editorial Eudeba, gestionó que el país comprara la primera supercomputadora y que la universidad abriera la primera carrera de Computación. Todo esto, claro, como parte de un proyecto definido y abierto: la universidad debía ser “la conciencia crítica y política de la sociedad”.
A los 93 años, el jueves pasado, García murió en la Ciudad de México, donde residía desde 1980, después de dos exilios a los que lo empujaron dictaduras militares, y pese a las cuales siempre mantuvo los vínculos con el país. Le gustaba venir a presentar sus libros (“Cuando vengo a Buenos Aires me cambia la cara”, confesaba), y la Facultad de Exactas llegó a hacerle en vida varios homenajes, el último en 2009, cuando cumplió los 90 y le pusieron su nombre al Pabellón I de Ciudad Universitaria.
Había nacido en la localidad de Azul, de la provincia de Buenos Aires, el 20 de febrero de 1919, y venía de una historia de varias generaciones que hicieron su camino cuesta arriba. Sus abuelos, inmigrantes, llegaron al país en un barco de tercera clase, y a él tampoco le tocó una situación fácil. Quedó solo con su madre a los cinco años, y debió empezar a trabajar a los 14.
Esta dificultad inicial resalta su carrera académica. Su primer título fue el de Maestro Normal Nacional, a los 17 años. Tres años más tarde se recibió de profesor en Ciencias; empezó a trabajar como docente y, mientras tanto, hizo una licenciatura en Ciencias Fisicomatemáticas en la UBA. Después, una serie de becas le permitieron ir a estudiar en las universidades de Chicago y California, donde obtuvo una maestría en Meteorología.
A García se lo recordará, sobre todo, como el hombre clave de la época de esplendor de la Universidad de Buenos Aires. Había terminado su formación en el exterior y vuelto al país en 1955, y dos años más tarde asumió como decano en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Tenía 37 años y un empuje a toda prueba. En la década que siguió, y en la que también fue vicerrector de la UBA, impulsó una transformación de la universidad que abarcó todos sus aspectos. Por ejemplo, dio lugar a los primeros cargos docentes de dedicación exclusiva en Exactas, impulsó la construcción de la Ciudad Universitaria donde funciona hoy, así como la creación del Instituto de Investigaciones Bioquímicas que dirigió Luis Federico Leloir. Por su gestión, el país había comprado la primera supercomputadora de Latinoamérica, Clementina, y creó la primera carrera universitaria de Computación.
En 1966, la dictadura de Onganía salió a ponerle fin a este desarrollo. El 29 de julio, en lo que se conoce como la Noche de los Bastones Largos, intervino la universidad. Junto a docentes, auxiliares y estudiantes, García enfrentó entonces a la policía que entró a su facultad, de la que fueron sacados a golpes y con gases lacrimógenos. Luego, el decano presentaría una querella ante la Justicia por estos hechos y organizaría un movimiento de reacción, por el cual presentaron su renuncia el 75 por ciento de los docentes, en la apuesta de que así se podría revertir la intervención. Pese al apoyo de las campañas internacionales, eso no sucedió.
García debió exiliarse. Vivió en Suiza y en Francia, donde comenzó otra etapa de su carrera científica al conocer a Jean Piaget, de quien se convirtió en su discípulo y con el que desarrolló investigaciones en epistemología. En los ’70 regresó a la Argentina, pero debió volver a irse nuevamente en 1974 tras recibir amenazas. Desde 1980 vivía en México como docente, investigador y una de las figuras de mayor renombre de la Universidad Autónoma de ese país. En las últimas horas, las autoridades y la comunidad de la UBA lo despidieron con profundo pesar.
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